Contacto

Ponte en contacto conmigo: diariodeundramaanunciado@gmail.com

jueves, 27 de diciembre de 2012

¿Y si es tan sólo amor?

Duele.
Cuando me rozas la piel, me duele. Y eso no es buena señal.
Cuando tú me tocas, cada yema de tus dedos traza un camino de fuego sobre mi piel.
Me prendes desde fuera una llama que explosiona en el interior. Algo me duele en el pecho, algo que se desliza hasta mis órganos propinándoles bocados de diverso tipo y tamaño, pequeños mordisqueos afilados, grandes bocados desgarradores.
Entonces pierdo el conocimiento, la parte racional de mi cerebro se desconecta y no puedo pensar, esa implosión me devora por dentro.
No puedo hablarte, mi cabeza no es capaz de conectar la parte del habla, no puedo tejer dos pensamientos seguidos, no puedo pensar. Tú sólo me dejas sentir.
Todas esas cosas que no puedo decirte, que no me siento con derecho a decirte, empiezan a golpearme, a quemarme y a morderme también las entrañas. Y me duele, me estruja, me agota, me desespera.
Y mientras tú sigues con tu juego, como siempre has hecho. Contigo siempre he tenido que jugar aunque no haya querido.
Todo sigue igual, tú eliges el cómo, el cuándo, el dónde y a qué. Pero este juego es mucho menos inofensivo que los de antaño. Ahora no está en juego romper un jarrón o la figurita de un cervatillo. Nos jugamos mi vida. Yo, con toda mi poca cabeza y mi tendencia inata a complicarme la vida, decidí que apostarme la vida en una partida de cartas no era tan mala idea. Pensé que podría rehacerla, como tantas veces la he rehecho en el pasado.
No pensé, no calibré bien las consecuencias. A decir verdad yo nunca pensé que pudiera ganar. Jamás se me pasó por la imaginación contemplar esta posibilidad, al fin y al cabo estoy acostumbrada a ser yo quien pierde siempre.
Tal vez por eso lo dejé correr, porque soy autodestructiva, porque pensaba que me merecía volver a pasar por esto. Y ahora que las cosas se me van de las manos me doy cuenta de que se ha dado la situación que menos esperaba de todas. Y aún así eres tú quien me tiene entre sus manos. Qué ironía, ¿no crees?

Tus manos. Juntar la palma de la mía con la tuya, rozar las yemas de tus dedos con las mías me parece mucho más íntimo que cualquier otra actividad de cama.
Recuerdo juntar mi mano estirada contra la tuya y quedarme mirándolas, juntas, la tuya más grande, más recia. Y pensar cuántos cuerpos habías tocado antes, cuántas manos habrías sujetado antes de la mía. Recuerdo intentar grabar la imagen de nuestras manos juntas a fuego en mi mente.
Siempre trato de recordarlo todo. Me empeño obsesivamente en analizar cada célula de tu cuerpo. Porque quiero, cuando no estás, poder rehacerte entero en mi mente.
Quiero poder sentir el tacto de tu piel en mis manos, quiero poder ver su color, ligeramente amarillo, sentir su temperatura.
Quiero poder dibujarte sin mirar la localización exacta de tus lunares en ningún mapa, quiero poder ver nitidamente tus ojos cuando cierro los míos, quiero poder olerte aún cuando la punta de mi nariz no esté rozando tu cuello, quiero tener tu sabor en la boca.
Deseo desesperadamente poder recrearte milímetro a milímetro, no quiero que nadie pueda moldearte en su imaginación mejor que yo.

Pero tú no sabes en lo que estoy pensando, sospecho que no tienes ni la más remota idea de cuánto me duele cada vez que deslizas tus manos por mi cuerpo, cómo vas calentándome la sangre por dentro a la vez que me tocas, la llevas a ebullición y entonces, cuando toda yo soy burbujeo a alta temperatura, mordiscos en las vísceras, llamas, fiebre y miedo, entonces ya no puedo mirarte a los ojos.
Mirar a alguien a los ojos en esas circunstancias es también mucho más íntimo que cualquier otra cosa. No puedes disfrazar tu mirada, no puedes cubrirla con el velo de la indiferencia, del control, de la nada. Tu mirada habla por ti, tu mirada te delata y yo no quiero que la mía te diga nada. No quiero que puedas leerme por dentro, no quiero que veas el desastre que has causado, que has llevado un volcán a su erupción más brutal. Cuando miras a alguien a los ojos así y en ese momento, le estás diciendo a esa persona que la amas. Aunque sea por un momento, por una fracción de segundo, esa implosión de sentimientos es tan sólo amor.

No, no me pidas que te hable. No me pidas que te mire a los ojos. No me pidas que reaccione porque no puedo. Déjame sentir. Porque tenemos todo el tiempo del mundo para mirarnos y para hablarnos. Pero para sentirte... para sentirte a mí siempre me acaba faltando tiempo.

1 comentario:

  1. Joder que intenso...
    lo he vivido mientras lo leía...
    me siento tan identificada en este momento...

    mil besos nena!

    ResponderEliminar