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lunes, 19 de noviembre de 2012

Y ahora, ¿ahora ha merecido la pena? No. Nunca mereció la pena.

En realidad no me importa, ¿sabes?, no me importa nada. Ni la persona que fui, ni las cosas que perdí, las lecciones que debí de haber aprendido... nada.
Siento que he perdido muchos años de mi vida y que me he hecho mayor de pronto, de un día para otro, sin darme cuenta. Nada más.

El resto me importa bien poco.

Esto, y te lo digo a ti que lo estás leyendo porque sé lo que ocurre, es lo que tiene querer mucho (sea como sea, como pareja, como amigo, como sea) a alguien y que te decepcione una y otra vez sin cesar.
Sucede que dejas pasar el tiempo, que crees que siempre habrá ocasión de arreglarlo... y lo dejas pasar, lo dejas pasar... hasta que ha pasado tanto tiempo que ya nada importa.

Dicen que el tiempo todo lo cura. Hace ocho años a estas horas yo no me creía ni una sola de las palabras que componen esa oración. Hace ocho años, exactamente ocho años, para mí no había nada que pudiese curar lo que sentía.
La gente se afanaba en repetirme que era joven y que el tiempo todo lo cura y yo ora me desesperaba y chillaba y lloraba y repetía que para mí no había solución posible, ora me quedaba en silencio con la única compañía del peso que me oprimía el pecho y me cortaba el aire.

Pero más sabe el Diablo por viejo que por Diablo y resultó que aquella gente, al final, tuvo razón.
Al final te cansas, es lo normal. Yo nunca había sido normal de modo que asumí que tampoco lo sería para aquello, que no me cansaría nunca, que siempre tendría fuerzas para intentarlo una vez porque siempre merecería la pena intentarlo una vez más hasta que pueda escribirte un final feliz.

Cuando lo cierto es que hay gente a quien, por mucho que una se empeñe, no se le puede escribir un final feliz jamás en la vida por mucha inventiva y mucha maña que se tenga. El personaje en cuestión se empeña en estrellarse una y otra vez, en arruinar la historia en cada capítulo, en cada página.
Hace mucho tiempo ya que asumí que yo soy una de esas personas. Pero no nos desviemos, el tema no soy yo, eres tú.

El caso es que, como él me había repetido tantas veces antes de que todo comenzará, todo tiene su momento y ese momento se pasa.
Es como dice Caye en Princesas, o estás muy atento o como vayas hablando por el móvil o discutiendo con alguien, se te pasa y te jodiste.

El caso es que aunque he buscado el camino de vuelta (yo siempre busco el camino de vuelta) llega un punto en el cual me he alejado demasiado y ya no puedo encontrarlo, ya no sé qué desvíos tomé, que bifurcaciones cogí... y no puedo volver al principio.

No importa lo que hayas vivido, lo que hayas compartido con alguien. No importa cuan fuertes fueran los sentimientos, al final el momento se pasa, te cansas y se ha hecho tarde.

Llega un día en el cual la herida ha cicatrizado y no te sientes con fuerzas ni con ganas de tentar a la suerte porque el precio a pagar si sale mal (y hay gente con quien siempre sale mal) es demasiado alto y hasta yo tengo un límite en esto de la paciencia y el masoquismo. De modo que sigo adelante sin mirar atrás.

¿Que si te echo de menos? No, ya no. En ocasiones alguna cosa hay que me recuerda a ti pero es un pensamiento que me cruza la mente a la velocidad del rayo pero sin su potencia, es rápido pero efímero, carente de cualquier fuerza. Se desvanece casi inmediatamente.
¿Que si me da pena? No, ya no. Lo bonito, bonito fue. Y sí, hubo muchas cosas bonitas pero con la frialdad que otorga el paso del tiempo me pregunto si todo aquello fue real, si tú lo seguirás recordando o si en algún momento fue tan especial para ti como para mí.
Los recuerdos se enfrían, ¿sabes?, se difuminan, pierden nitidez... y llega el punto en el cual sólo queda de ellos una sombra.

Probablemente algo debía aprender de todo lo que ocurrió y creo (y sólo creo) que lo he aprendido. Quizás no ha calado la lección tan hondo en mí como hubiera debido pero eh, hago lo que puedo. Mantengo cierto grado de autocontrol y de frialdad, me aferro con uñas y dientes a mi presente y mi futuro, a mis valores seguros. Y los sueños los dejo para la cama. El romanticismo, ni eso.
Pero vamos, que fuera como fuere, pasó, lo viví, punto final. No volvería atrás ni por todo el oro del mundo.
De todos modos, ¿sabes?, nunca me enamoré de ti, estaba enamorada de otra cosa. Al perder lo uno perdí lo otro, coexistíais, no podíais ser el uno sin el otro.  O más bien ella sí podía estar sin ti... pero tú sin ella no.
Al dejarla a ella no quise dejarte a ti también pero me temo que así fue, que tú te dejaste perder.

Pero no importa, no importa nada, de verdad. Estoy bien. Como siempre me repito a mí misma, en peores plazas hemos toreado y estas fechas me lo recuerdan.
Que por mucho que diga que no, yo soy de frío acero, soy aséptica, estoy helada, no hay calidez en mí. Por momentos creo que estoy muerta por dentro.
Así que no, no me duele ni sufro, ni padezco.

Porque aunque nunca di un duro por ello hoy, ocho años después, sé que el tiempo todo lo cura.






PD: Hoy, ocho años después, no te dejes embargar por la emoción porque no es de ti de quien estoy hablando. I'm sorry, majete.

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