Contacto

Ponte en contacto conmigo: diariodeundramaanunciado@gmail.com

domingo, 26 de febrero de 2012

016 / 091.

Al hilo de unas cuantas cosas estaba recordando las tres veces que más miedo he pasado en mi vida. Y las tres te las debo a ti.

No sirve de nada pero igualmente voy a escribirlo, voy a dejarlo aquí por si alguna vez alguien en mi situación lee esto. Por si esa persona es más lista que yo, para que sepa las cosas de las que alguien como tú es capaz.

Llevar una falda corta una noche que salimos fue la peor de todas las ideas. Ya arrugó el morro cuando me vio salir del baño y me ordenó que me cambiase. Arrugué el morro yo también y mi mejor amiga me metió en el baño de nuevo. Cuando le conté lo que pasaba me dijo aquello de tú eres tú y te vistes como quieras, no dejes que él decida también cómo vestirte, estás guapa así, te gusta esa falda y sales con ella por tus cojones. Échale cojones, tía.
Y la tía, que por más señas era yo, le echó cojones. Y se lio, obviamente. Yo no tenía derecho a llevar faldas ni mucho menos cortas.
Es que no era falda corta, me diría él ahora mismo, era un cinturón. Como si hubiera querido salir en bragas a la calle, querido. Ese no era motivo para que me tratases como lo hiciste. Que a mí tu look Curro Jiménez tampoco me gustaba y no por ello monté jamás semejante chocho.
El caso es que tuvimos aproximadamente para una semana de pollo consecutivo por la dichosa falda. Nos íbamos a dormir y volvíamos a quedar para seguir discutiendo. Discutimos por todo Madrid, por El Escorial y, aquí llega lo bueno, en el balcón de una calle de un barrio bien del centro de Madrid.
El balcón porque estábamos en el salón y su hermano, supongo que oyendo los gritos desde la cocina, decidió mudarse con sus amigos al salón a ver si al estar con más gente el energúmeno se cortaba.
Pero no, me sacó al balcón y cerró la puerta tras de sí, bloqueándola con la espalda.
Y bajo un frío helador de principios de invierno, desde un octavo piso si no me falla la memoria, prosiguió el discursito de que yo era un zorrostrón y él un santo varón y, así a grandes rasgos, que debía de ponerme un burka y dejar que él me flagelase.
Yo me callé porque un balcón con una barandilla bajita no me parecía el mejor sitio para discutir mi identidad estilística, pero igualmente él estaba cada vez más acalorado y cada vez me iba acercando un poquito más a la barandilla.
Recuerdo zarandeos y berridos pero no sé qué me estaba diciendo, sólo recuerdo que pensaba que iba a acabar estrellada en el suelo y que cuando mi padre se enterase desde el balcón de quién me había caído iba a ir a buscarlo y lo iba a matar. Y yo acabaría tres metros bajo tierra, mi padre el cárcel y mi madre sola. Una familia destruida.
Pasé tanto miedo que no creo que pudiera explicarlo con palabras ni en este post ni en ningún libro por mucho que la descripción durase diez capítulos.
Al final sólo acerté a concluir que no importaba ya la discusión, ni la falda, ni quién tenía razón: importaba volver al salón.
Y me tiré sobre él con todas mis fuerzas, lo abracé con mis brazos por encima de los suyos pegados a su cuerpo y le dije que sí a todo, que tenía razón, que me perdonase. No sé cuánto tiempo me quedé allí agarrándolo fuerte para que no se moviera, no sé cómo di la vuelta y me puse yo contra la puerta y a él del lado de la barandilla. No sé qué pasó. Sólo recuerdo que su hermano abrió la puerta del balcón que él había cerrado y nos preguntó si íbamos a cenar. Recuerdo que él fue a su habitación a buscar algo y que yo me quedé en el salón, todavía pegada a la puerta de ese balcón sin poder moverme hasta que su hermano me preguntó en voz muy baja si estaba bien y me dijo que lo mejor era que me fuese.
Recuerdo estar en el rellano esperando al ascensor, rezando para que llegase antes que él pero no fue así. Recuerdo que le dije que me encontraba mal y quería irme a casa y bajamos a la calle y yo estuve tentada de salir corriendo a coger un taxi pero no me podía mover. Recuerdo estar en su coche y preguntarme si ya había pasado todo o si, como tantas otras veces, de pronto volvería a ponerse en erupción y nos estrellaríamos con el coche o me haría algo. Recuerdo volver a casa, meterme en la cama y no poder dormir. Recuerdo sentir toda aquella noche y durante muchos días la barandilla clavada en la parte baja de mi espalda, el arqueo de ésta sobre la barra, el frío cortándome las mejillas. Recuerdo sus ojos, tus ojos, inyectados en furia. Incluso a día de hoy, tantos años después, recuerdo mirar a mi izquierda y ver la calle, las luces a lo lejos. Las cafeterías de abajo. Recuerdo intentar medir la distancia que me separaba del suelo. Y preguntarme si al estallárseme el cráneo contra el suelo, al partírseme la columna vertebral, sentiría algo. Si me iba a doler.

La segunda vez terminamos más allá de La Moraleja, en un descampado oscuro a las tres de la mañana. No sé qué pasó pero me hizo bajar del coche y se fue. Sin más. Le llamé y le llamé y le dejé mensajes en el buzón de voz llorando pero no volvió.
Me quedé allí totalmente aterrada, tan lejos de casa, en un sitio sin luz, sin calles, sin gente.
Fui caminando hasta entrar en la urbanización por el final.
En La Moraleja todas las calles son iguales y especialmente de noche, si no las conoces, es lo más parecido que existe a estar en un laberinto.
Comencé a andar por las calles temblando de miedo, muchas de ellas no tenían ni una farola en metros.
Que pasase un coche y al acercarse a mí disminuyese la marcha.
Que pasase otro y se detuviese a mi lado y apurar el paso.
Otro más.
Pensar que nadie me veía, que no había nadie cerca, que si me metían en un coche y me llevaban nadie se enteraría.
Caminar, caminar, caminar, parecer que siempre estaba en el mismo sitio, que caminaba en círculos.
El coche de seguridad. En mi dirección. Parado a mi lado.

- ¿Dónde vas?

- A la parada de taxis.

- ¿Sabes dónde queda? A la otra punta.

- Lo sé.

- Es peligroso que andes solas por aquí a estas horas.

- Lo sé.

- Sube al coche.

- No.

- Sube al coche. Ahora.

El corazón a punto de salirse por la boca. Sudor frío precipitándose columna vertebral abajo. Terror. ¿Y si resulta que el de seguridad es el peor de todos? Nadie sospecharía nunca de un segurata.


- Está prohibido subir a nadie ni en el peor de los casos en nuestro coche. Me juego mi empleo. Si un compañero o mi jefe me ven con alguien en el coche me voy a la calle. Sube. Yo te llevo a la parada de taxis.

Subir y rezar, rezar mucho.

- No sé lo que te ha pasado ni cómo has llegado aquí pero no tienes ni idea de la cantidad de chicas que han desaparecido en esta zona. La próxima vez, pase lo que pase, deja que te lleven, no discutas.

- Se ha ido, no me ha dado opción.

- Pues que esto te sirva para saber con qué clase de persona estabas tratando porque supongo que sería tu novio y no lo conozco pero un tío que deja a una chica aquí tirada a estas horas de la mañana es un hijo de la grandísima puta.

Llegar a la parada, dar las gracias, subir al taxi todavía en tensión, llegar a casa, cerrar la puerta y desplomarme a llorar mientras temblaba aún. Consolarme sola para que mis padres no me oyesen porque no quería que supiesen lo que había pasado. No pasa nada, no pasa nada, ya estoy en casa, ya estoy segura, aquí ya nadie puede hacerme nada, venga, no pasa nada.




Más de lo mismo: descampado donde Cristo perdió el mechero, uno que te saca del coche de mala manera, se larga y tú en medio de la nada, esta vez aún mejor porque se suponía que bajabas al portal de casa y no llevas bolso, sólo móvil y llaves.
Móvil descartado porque llamar a papá y mamá no era una opción. No quería matarlos de un susto.
Vuelta a caminar. Miedo. Caminar sin tener ni idea de cuánto tiempo ni hacia adonde. Sólo caminar. Una parada de bus. Nadie. Esperar, esperar, pasan coches porque la parada está en una autopista. Algunos pitan. Otros gritan alguna gilipollez. Otros paran. Terror.
Viene un bus. Ni idea de cuál pero lo paro. Está vacío. Miedo. Explicarle al conductor a grandes rasgos lo que ha pasado, que no llevo dinero.

- ¿Adónde vas?

- No sé, ¿dónde va el autobús?

- Depende de dónde vivas puedo desviarme un poco y llevarte o si vives por allí, a las cocheras.

- No, no vivo por aquí ni por las cocheras. En XXX.

- Allí no te puedo llevar, me desvío mucho y nos controlan por GPS, está prohibido llevar a nadie a ningún sitio así que puedo desviarme algunas calles con algún pretexto pero no puedo cambiar la ruta.

- No importa, si pudiera ir a algún sitio donde hubiese una parada de taxis...

- Te dejo en XXX.

- Gracias.

Taxi. Miedo, más miedo. No llevo dinero, tendrá que esperar a que suba, coja y baje. Gracias.


La cama. Frío en los huesos. Miedo aún, ahora me doy cuenta de que estoy a punto de mearme encima. Meterme en el baño. Llorar muy bajito sin hacer ruído. Esta ha sido la segunda vez que me hace esto. Tal vez la tercera no tenga tanta suerte.




La tercera ya, de nuevo sin bolso porque se lo había llevado él, fui más lista y cuando vi venir el percal me metí el móvil en un bolsillo y algo de dinero en otro. Me saca del coche, ahí me quedo en algún lugar todavía más lejano a Bohadilla Del Monte. Campo.
Sacar el móvil. Llamar. Mamá. Mamá se asusta, Papá. Papá va a llamar a la policia.
Papá llama y me dice que la policia me va a llamar, que lo coja. Cuelgo. Llaman, lo cojo.

- No sé dónde estoy, es campo, no sé ni cerca de qué pueblo está esto, no hay autobuses, no hay nada. Llanto.

- Mira, tienes que hablar conmigo porque vamos a rastrear la llamada y vamos a localizarte en un mapa. Cuando te tengamos unos compañeros van a ir a buscarte. No te preocupes, tú sólo habla conmigo. Habla conmigo que yo estoy aquí.

Llorar, llorar. Ver volver el coche.

- Vale, vale, mira, no te asustes, ¿de acuerdo? Nosotros ya casi te tenemos, nos cuesta porque tienes mala corbertura y estás realmente en medio de la nada pero ya casi está. Si te habla no discutas, dile que sí a lo que sea que te diga. Y no cuelgues porque yo quiero oir lo que pasa y quiero localizarte, ¿vale?

- Ok, ok.

Me dice que suba, que me lleva. El polícia me habla al oido.

- Mira, nosotros ya te tenemos y sale del pueblo más cercano un coche. Pero quiero que hagas algo. Sin discutir, sin hablar, dile que sí, que te vas con él. Si le dices que no se puede enfadar y puede ser peor y mis compañeros tardarán aún quince minutos en llegar. Así que con mucha calma le dices que sí, que te vas con él. Pero no cuelgas porque yo te voy a seguir rastreando por el teléfono, ¿ok? No cuelgues la llamada. Tus padres me han dicho donde vives y voy a ver si la ruta que él toma llega realmente a tu casa o si te está llevando a otro sitio. Y si es así mis compañeros os van a seguir así que no te preocupes porque no te va a hacer nada.

Meterme en el coche. Llegar a casa. Ver que la pantalla del teléfono se apaga. Llaman, es Papá, la policia le ha llamado para decirle que estoy abajo.

Subir. Mamá llora. Lloro yo también. Nos abrazamos. Qué miedo nos has hecho pasar.




No hubo cuarta vez. Tuve mucha, muchísima suerte. Pero durante años tuve pesadillas respecto a esas noches, todavía a veces puedo sentir el pánico, el miedo latiéndome en el corazón, siendo bombeado y disparado hacia todos mis órganos, por mi torrente sanguíneo, latiéndome en las venas.

Estas tres veces te las debo a ti. Qué maravilla.

Pero como dice la canción, en el fondo te lo agradezco. Te agradezco tener todos estos gloriosos recuerdos para no olvidar la clase de persona de la que tuve la suerte de librarme. Porque por ello doy gracias a Dios todos los días.
Te lo agradezco porque me hiciste más fuerte, más lista, siempre alerta, me hiciste más desconfiada, más precavida. Me hiciste tremendamente infeliz.

Y gracias a ello ahora puedo reconocer y saborear la felicidad en la más pequeña de las cosas. Gracias a ello aprendí a no confiar en nadie y cuando lo volví a hacer fue porque valía la pena. Y no me he vuelto a equivocar desde entonces. Porque tú me hiciste desarrollar ese sexto sentido, ya me lo avisó C. R. P. Y mi sexto sentido, desde entonces, nunca jamás me ha fallado.

2 comentarios:

  1. Yo aún no soy capáz de contar mi historia... y como mi Blog tiene mis fotos y él las vería... y se sentiría aludido... pues casi mejor que no...
    pero yo también vivi un infierno como ese...
    y gracias Dios también me salvé.

    Somos afortunadas xoxo.

    ResponderEliminar
  2. Pues hay que contarla xoxo, hay que contarla para no olvidarla, para que si la memoria flaquea esté expuesta en algún sitio al que poder recurrir para recordar. Hay que contarla por si puede servir de algo a alguien que esté pasando por nuestra misma situación.
    Yo al principio no quería bajo ningún concepto que él pudiese encontrar este blog pero me da lo mismo si lo encuentra, si lo lee y si se da por aludido. Tal vez si él hubiera sido mejor pareja, mejor PERSONA yo no estaría ahora escribiendo estás cosas y él no tendría por qué sentirse aludido. Recoges lo que siembras y si siembras miedo, odio y mierda, eso es lo que recogerás. Y si te das por aludido y te pica, te rascas.

    Somos muy afortunadas y ese es el mensaje que que hay que transmitir: se puede salir de semejante infierno pero no hay que dormirse en los laureles porque desgraciadamente por cada chica que sale de él hay otra que no lo consigue a tiempo.

    Un beso fuerte xoxo.

    ResponderEliminar