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lunes, 26 de septiembre de 2011

Las moscas coj*neras.

Hay cierta gente que tiene el don de sacarme de mis casillas.
Mi novio siempre me dice que de momento tengo que aguantar, que es lo que me conviene y que procure tener paciencia y que las cosas me entren por un oído y me salgan por el otro.
Lo que pasa es que yo ya llevo mucho aguantado a mis espaldas y por otro lado, nunca he sido mucho de callarme.
Yo estudié en un colegio privado en la época en la que los alumnos todavía respetaban a los profesores y no les agredían ni los amenazaban ni ese tipo de cosas que tan de moda están ahora. Y ni siquiera entonces era capaz de callarme. Respetaba a mis formadores pero no hay nada de irrespetuoso en discrepar, opinar, rebatir etc.
Nunca me costó caro no ser capaz de tener la boca cerrada ya que en ese colegio te enseñaban, ante todo, a pensar por ti mismo, razonar y argumentar. No era nada malo que no pensases igual que el profesor: era signo de que tenías tus propias ideas, escuchabas las del profesor (más de lo que hacían muchos alumnos) y las analizabas para ver qué grado de credibilidad te ofrecían.
Más tardo llegó la universidad y aprendí a golpe de suspenso que allí las cosas eran diferentes con algunos profesores: sus ideas eran ley y tú no tenías derecho a rebatirlas porque ellos eran catedráticos y tú no.
Aún así muchas veces me enzarcé en debates con muchos de ellos e incluso tuve un enganchón con uno, que pese a todo me dijo que valoraba que hubiese tenido las agallas de plantarme en su despacho y exponerle mis ideas y mi descontento. Ese hombre ocupa hoy un sillón en la R.A.E.
Después me metí, sin saberlo, en el ejército. Señor, sí señor a todo, rectita y desfilando a paso ligero.
Pero yo no había decidido meterme en un pelotón sino en una carrera -otra más, sí-, así que por mí el rollito militarista podían metérselo por donde les cupiese o cupiera.
Y una vez más, no pude mantener los labios sellados.

En realidad puedo callarme según de quien venga la idea y los pilares por los que sostenga, aunque yo no la comparta. Puedo callarme si es una eminencia en el tema la que me habla. Cuando es un piltrafilla, no puedo por mucho que lo intente, por mucho que cuente hasta diez e intente alcanzar un momento Zen, por muchos Valiums que me tome y muchos esfuerzos sobrehumanos que haga, callarme.
Sobre todo no con cierto tipo de gente: el típico estirado que se cree que está por encima del bien y del mal, que es más farruco que nadie, que está en posesión de la verdad absoluta y que piensa que tú, por el simple hecho de no ser él, no tienes derecho a réplica ni a pensar por ti mismo ni casi, a existir.
Esa gente que te habla desde la arrogancia, la prepotencia, el orgullo, la intolerancia, la falta absoluta de empatía, borrachos de lo que ellos creen que es, un poder absoluto.
Frente a esta gente lo primero que hago es reírme: ¡animalico, que se cree Dios y es un mindundi más en este universo...! Pues queridos lectores, no es más quien más alto cargo tiene sino quien mejor profesional y sobre todo persona es.
Fuera de una empresa el jefe es un ciudadano más, una persona más, igual que tú, con debilidades, sueños, enfermedades, aspiraciones y preocupaciones. Yo misma, desde fuera de la jerarquía de una empresa, al pasar por la calle, no distingo quien es jefe y quien peón. Todos son iguales, el más pintado y más pastado y el más humilde.
Pero esto hay gente que no lo entiende, no ve que hay vida más allá de su empresa y que en la misma pueden ser el Todopoderoso pero fuera de ella no son nada, sólo uno más.
Y yo con esta gente, de verdad que por mucho que lo intente, no puedo. No puedo y trago una o dos pero a la tercera la lengua me funciona más rápido que el impulso de la inhibición y mi Paleocórtex se queda a gusto.
He hecho cosas muy burras, me he enfrentado con gente con quien tenía todas las de perder y de hecho he perdido, pero mi orgullo, mi amor propio, mi dignidad y mi concepción del mundo y del lugar que cada uno tenemos en él me impiden callarme.
Las he liado muy pardas y con el paso del tiempo, a un minuto de desvincularme del todo de ese mundillo, miro atrás y no me arrepiento de nada.
Puedo haber perdido una batalla pero no la guerra. Y como se suele decir prefiero morir de pie y salir en cajita de pino por la puerta grande a vivir no ya de rodillas sino tumbada en el suelo en decúbito prono, con la cara en el fango, comiendo mierda.
Los sueños, las ilusiones, la vocación, etc tienen un precio. Pero no cualquiera. Yo no soy del tipo de persona que hace algo cueste lo que cueste. Si me cuesta la dignidad no voy a hacerlo. Me largo pegando un sonoro portazo (so riesgo de tirar abajo una puerta de cristal de un despacho, eso también os lo digo) y busco formas alternativas de llegar a donde quiero llegar. Más que nada porque quiero llegar enterita y con la frente bien alta y no con una depresión de caballo. Mi salud, mis ideales, mi forma de ver el mundo, yo como persona, no tengo precio. No me entrego a cambio de nada.
Por eso me alegro de lo que hice, me alegro de no haberme callado, me alegro de haber sido un jarro de agua fría para quien se creía por encima de Dios y de los Hombres, me alegro de haber causado un sofoco, un cabreo, me alegro de haberle hecho lo suficientemente la puñeta a alguien sin intentarlo como para que esa persona ponga todo su tiempo y energía en hacerme la vida imposible. Me alaga.
Me alaga porque yo en alguien que no vale la pena y que me importa un pito no invierto ni cinco minutos de mi tiempo, puedo reírme, puedo cotillear por aburrimiento y para una vez más, desencajarme la mandíbula a risotadas, puedo pasar mi vista por encima pero no determe, no ponerme a pensar en cómo fastidiar a alguien, ¡si no me importa! Pero cuando alguien se para y elabora una astuta -o no tanto- forma de fastidiarme, es que he significado algo para esa persona y que se ha tomado el tiempo y la molestia de sentarse a pensar cómo darme por el saco. Y ha tirado de contactos, ha hecho reuniones, ha invertido tiempo en su venganza. Qué detalle. Me siento incluso mal porque después de que una persona haya invertido tanto tiempo y esfuerzo en mí yo sólo me he largado y me he ido de tiendas olvidándome del todo de esa persona. J*der, qué desconsiderada soy.
De modo que no me arrepiento de nada. Hice lo que tenía que hacer.

Y ahora mírame tomar algo mientras me fumo un cigarro y tomo fuerzas para el siguiente asalto.
Mírame ignorándote y olvidándome de que estás en el mundo.
Pero sobre todo, sobre todo, espérame. Espérame porque me estoy rearmando para volver con más fuerza y más violencia y cuando vuelva, si tú eres jefe yo lo seré también. Veremos entonces qué pasa.
Porque no te olvides nunca, nunca, nunca de que la venganza es un plato que se sirve frío. Y yo tengo todo el tiempo y la paciencia del mundo para irme a Siberia, congelar mi venganza, traértela en pleno Enero más fría que una bolsa de cubitos de hielos y plantártela en todos los huevos.
Que ya te lo he dicho muchas veces, conmigo quien quiera; contra mí quien pueda.

2 comentarios:

  1. Grande gor, like always. Espero q no podria estar mas deacuerdo con tus palabras y sobre todo no cambies nunca eh! A ver si consigo estar alli cuando perpetres tu venganza y me dejes formar parte de ella en serio xD

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  2. Anda yo también tengo de esa clase de energúmen@s que se creen enemig@s... hay que joderse!!! xD lo peor de todo es que yo paso y esa persona sigue r que r... en fin supongo que algún día se cansará...

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